Un
grupo de ranas viajaba por el bosque, cuando de repente dos de ellas cayeron en
un pozo profundo.
Las
demás se reunieron alrededor del agujero y, cuando vieron lo hondo que era, le
dijeron a las caídas que, para efectos prácticos, debían darse por muertas. Sin
embargo, ellas seguían tratando de salir del hoyo con todas sus fuerzas. Las
otras les decían que esos esfuerzos serían inútiles.
Finalmente,
una de las ranas atendió a lo que las demás decían se dio por vencida y murió.
La
otra continuó saltando con tanto esfuerzo como le era posible. La multitud le
gritaba que era inútil pero la rana seguía saltando, cada vez con más fuerza,
hasta que finalmente salió del hoyo.
Las
otras le preguntaron: "¿No escuchabas lo que te decíamos?" La ranita
les explicó que era sorda, y creía que las demás la estaban animando desde el
borde a esforzarse más y más para salir del hueco.
La palabra
tiene poder de vida y de muerte. Una voz de aliento a alguien que se siente
desanimado puede ayudarle a terminar el día, mientras que una palabra negativa
puede acabar por destruirlo. Cualquiera puede decir palabras que roben a los
demás el espíritu que les permite seguir la lucha en medio de tiempos
difíciles. Tengamos cuidado con lo que decimos, pero sobre todo con lo que
escuchamos.
Extraído
del libro “La culpa es de la vaca” de Jaime Lopera Gutiérrez y Marta
Inés Bernal Trujillo (Compiladores).